27 de abril de 2008

EL ARTE DE COMBINAR LOS SONIDOS

El surgimiento del capitalismo financiero y el desarrollo de la concentración monopólica, a partir del siglo XX, han producido cambios importantes en las sociedades de todo el mundo. Entre ellos, podemos señalar la irrupción de los medios masivos de comunicación, con efectos determinantes en la creación artística.

Vivimos en una sociedad basada en la innovación, la globalización y la concentración, y donde los procesos de transformación social también afectan a la cultura. Las expresiones culturales se abstraen de la historia y la geografía, y quedan bajo la mediación predominante de las redes electrónicas de comunicación, que interactúan con la audiencia en una diversidad de códigos y valores nuevos. Se habla de una mercantilización de la cultura, por un lado, y de la globalización de la cultura, por otro.

La música en nuestra sociedad

En la cultura occidental, los diccionarios suelen definir a la música como un arte de combinar sonidos en un espacio de tiempo con el fin de producir un artificio que posea belleza o atractivo, que siga algún tipo de lógica interna y muestre una estructura inteligible, además de requerir un talento especial por parte de su creador. Resulta claro que la música no es fácil de definir, aunque históricamente la mayoría de las personas han reconocido el concepto de la música y acordado si un sonido determinado es o no musical.

La música desempeña un papel importante en todas las sociedades y existe en una gran cantidad de estilos, característicos de diferentes regiones geográficas o épocas históricas. Todas las culturas conocidas han desarrollado su propia música.

Pero en nuestros días estamos viviendo enormes convulsiones en el espacio cultural mundial, de forma que se están alterando radicalmente los mapas de los saberes, de los gustos, de los modos de relación, tanto en el llamado primer mundo como en los mundos subalternos. Se habla mucho de las transformaciones en los imaginarios colectivos, y aquí habría que recordar precisamente que las imágenes que forman parte de esos imaginarios no son sólo imágenes visualizables sino también imágenes sonoras. Entre éstas, la música ha adquirido una importancia enorme en la conformación de las representaciones colectivas, las identidades, las formas sociales de producir y compartir significados, particularmente entre los sectores jóvenes de la población.

La industria de la música

Las sociedades occidentales acceden a la música a través de la industria. La explosión de este mercado musical y discográfico, junto con el desarrollo de los medios de comunicación, generan además una interacción de la música con otras artes (plástica, escenografía, teatro, danza, cine) conformando verdaderas industrias culturales.

Por un lado, tenemos la concentración de la música. El hecho de que cinco o seis corporaciones dominen el noventa y seis por ciento de la música que circula en el mundo, quedando el resto para las demás, es sin duda extraordinario, por más que en el mercado de la música masiva esta tendencia monopolista u oligopolística sea bastante antigua.

Por otro lado, está la integración del consumo. Las prácticas de consumo musical, como las de otros productos culturales, no han de verse aisladamente. Alrededor del consumo de música, al menos desde hace medio siglo, se desarrolla un variado mercado con prácticas de consumo correlativas. Es como si cada estilo musical formara parte de un pack de productos y de hábitos socioculturales sectorializados, enclavándose la música en modos de vida y en entornos de la cotidianeidad particulares de ciertos grupos sociales. Esta integración del consumo encuentra una correspondencia en el nivel de la producción o emisión a través de la multimedialidad de la industria: las grandes compañías extienden su actividad en áreas de consumo cultural cada vez más diversificadas.

También se han producido una proliferación, una superposición y una hibridación de los espacios de comunicación. La cada vez más extensa distribución de música a través de Internet, junto al uso de nuevos softwares de reproducción, como el MP3, amplía aún más el espacio de mercado de las compañías discográficas, pero a la vez facilita una enorme accesibilidad y diversificación del consumo musical.

¿La música es una sola?

La popularidad, entendida como éxito de ventas o fama del músico, dejó de ser una variable importante en cuanto a su poder para definir un género, así la condición de popular manejada por la industria discográfica y compartida por el público, no estaría entonces referida a la popularidad sino a la naturaleza de los materiales o a las tradiciones con que estas músicas dialogan de manera predominante.

Además, a partir del siglo XX, nos encontramos con que la música clásica ha sido un tanto abandonada por las clases “ilustradas”, las cuales han redirigido su consumo a otra música, más popular, como el jazz y el rock.

Pero también parece producirse un debilitamiento de los límites entre la llamada alta cultura y la cultura masiva. El modelo de difusión masiva, característicamente moderno, ha supuesto, junto a la amplitud de la distribución, la homogeneización y la estandarización de los productos culturales y, a la vez, el desarrollo de las formas de consumo atomizadas.

Hoy las experiencias culturales han dejado de afectar lineal y excluyentemente a los ámbitos y repertorios de las etnias o las clases sociales. Hay un tradicionalismo de las élites letradas que nada tiene que ver con el de los sectores populares y una modernización en la que se encuentran -convocadas por los gustos que moldean las industrias culturales- buena parte de las clases altas y medias con la mayoría de las clases populares. Hay que pensar entonces el lugar que hoy ocupan los medios en la conformación de nuevas formas de agrupación humana y de disfrute de la cultura.

11 de abril de 2008

EN LA PIEL DEL OTRO

En mayo de 2002, Alemania se convirtió en el primer país de la Unión Europea en incluir la protección de los animales en su Constitución. Casualmente, también en Alemania, más precisamente en Frankfurt, ha estado funcionando una panadería “sólo para perros”, donde se venden tortas y galletitas artesanales con sabor a carne. "The Dog's Goodies" es el emprendimiento que agasaja a los canes con sus bizcochos de menta, barras de cereales, tortas de atún y galletas de ajo. Quizá, este es un mal ejemplo del mejor tratamiento que se merecen los “animales no humanos”. Es un extremo si tomamos conciencia del sufrimiento y las torturas que padecen diariamente los animales en mataderos, granjas, camiones de traslado, laboratorios, circos, etc.

Según el diccionario de la Real Academia Española, el animal es un ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso. Desde que los hombres aparecieron en la Tierra, han vivido en estrecha asociación con otros animales. Durante la mayor parte de este tiempo, los humanos fueron cazadores y recolectores que dependían de los animales salvajes para comer y cubrirse.

A pesar del gran desarrollo de la tecnología y la agricultura, el hombre moderno aún depende para alimentarse y vestirse de determinados animales. Pero la explotación comercial descontrolada ha reducido enormemente los recursos y ha conducido a algunas especies al borde de la extinción. La forma en que los seres humanos domesticaron algunos animales para su “supervivencia” o como mascotas es un tema controvertido. Por eso es necesario hablar de los derechos de los animales no sólo como un conjunto de principios que defienden que los animales deben ser respetados y debe evitarse su explotación.

Si bien la existencia de diferencias entre los humanos y otros animales dan lugar a diferencias en los derechos que tiene que cada uno, esto no impide extender el principio de básico de igualdad a los animales no humanos. Según el filósofo australiano Peter Singer, este principio no exige un tratamiento idéntico sino una misma consideración. ¿Pero por qué?

Para empezar, porque los animales también sienten dolor. Casi todos los signos externos que nos motivan a deducir la presencia de dolor en los humanos pueden observarse en las otras especies, especialmente en aquellas más cercanas a nosotros, como los mamíferos y las aves. Estos animales están dotados de sistemas nerviosos muy parecidos al nuestro, que responden fisiológicamente como el nuestro ante situaciones en las que nosotros sentiríamos dolor.

En segundo lugar, porque no hay una justificación moral para el hecho de estar rodeados de una industria que trae al mundo conejos, ratas, aves, ganado, con el único propósito de matarlos. El principal absurdo, en este caso, es la imposibilidad de los “asesinos” de pensarse a sí mismos en el lugar de sus víctimas.

Varios países han aprobado leyes sobre preocupaciones actuales como la caza de ballenas, el tráfico de especies protegidas, el empobrecimiento de los fondos marinos, el comercio del marfil, la utilización de animales en el arte contemporáneo y la captura de delfines en las redes de pesca del atún. Esto ha suscitado discusiones en el ámbito internacional sobre la ética y la legalidad implicada en estos temas.

La legislación actual permite el uso de animales de laboratorio en la industria científica y en la educación, así como el tratamiento, el mantenimiento y la crianza de animales para la experimentación. En este sentido, es importante que se creen en cada país leyes constitucionales para la protección de los animales, teniendo en cuenta su dignidad, de forma que puedan llevar una vida correspondiente a su especie. Entonces por fin será una cuestión constitucional si continúa siendo permitido o no encerrar a millones de gallinas en jaulas, en las que se picotean haciéndose sangrar mutuamente, de modo que haya que cortarles los picos y los dedos de sus patas para que puedan sobrevivir.

Mientras nuestra sociedad continúe fijada al consumo de carne, este derecho básico de los animales a vivir sólo se podrá realizar parcialmente y, por lo tanto, sólo se dará bajo las restricciones de otras regulaciones legales. Una ley constitucional así, para empezar, con seguridad prohibiría la superproducción de animales para su matanza, que al fin y al cabo hasta ahora sólo ha llevado a acciones de exterminación. Para la puesta en práctica progresiva de una protección de la vida en favor de los animales tendría que tener lugar una reprogramación de nuestras costumbres a la hora de comer.

No habría que hacerlo de la noche a la mañana y por constatar la caída económica de un ramo que conlleva tantos puestos de trabajo, sino por medio de un trasvase paulatino hacia un trato pacífico y equitativo a las otras criaturas, un poco intentando ponerse en la piel del otro.

3 de abril de 2008

LA LECTURA EN LA ERA DIGITAL

Cada nueva tecnología crea una nueva cultura. Los cambios que nos promete la era digital no se producirán tan rápido como se nos anticipa, pero sus efectos serán mucho mayores de lo que se pronostica.

Por lo pronto, podemos afirmar que el siglo XXI se caracteriza por el predominio de la cultura de la imagen: es la era de la invasión de lo audiovisual en la vida cotidiana. Los chicos de hoy crecen en un entorno determinado por el uso de las imágenes en la construcción de la realidad social y cultural.

El consumo medio de televisión por persona es de casi cinco horas por día, lo que supone el nivel más alto de los últimos 20 años. En estas cifras se incluye todo lo que se emite por televisión, ya sea a través de los canales convencionales, el cable o el satélite, a lo largo de todo el día. El sector más sacrificado por esta sorprendente evolución del consumo es el de los medios impresos.

Es difícil infundir en las nuevas generaciones la práctica de la lectura como fuente de aprendizaje y acceso a la cultura. Las causas hay que buscarlas en las múltiples alternativas lúdicas destinadas a los más jóvenes que han surgido en nuestra sociedad de un tiempo a esta parte, la mayor parte de las cuales están asociadas a la expansión de la cultura audiovisual: proliferación de nuevos canales de televisión y, en consecuencia, de contenidos para todos los públicos, acceso masivo al cine infantil y juvenil a raíz de la consolidación del DVD, desarrollo de las consolas de videojuegos, difusión de los juegos en red a través de Internet, creación de aplicaciones interactivas para los teléfonos celulares, etc. Las especiales características de desarrollo y socialización de los adolescentes, así como la competencia feroz de los medios audiovisuales en tanto que forma de entretenimiento, alejan a los jóvenes de las bibliotecas y los acercan a los cibercafés.

Los profundos cambios que ha experimentado el núcleo familiar desde finales del siglo XX, motivados por la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral y la consecuente disminución del tiempo que dedican los padres a la educación de sus hijos fuera del ámbito escolar, ha contribuido también a la difícil situación en que se encuentra el gusto infantil y juvenil por la lectura. El reto paterno de estimular la curiosidad por los libros es más complicado en una sociedad en la que la televisión -cada vez más presente en los dormitorios- marca la pautas de conducta de unos menores que están más acostumbrados a leer sobre la pantalla que sobre el soporte tradicional del papel.

Todos reconocemos que la era digital ha llegado para quedarse y que, como cada revolución tecnológica, suscita miedos y alienta esperanzas. Esto requiere examinar críticamente las promesas con las que llega la era digital.

En este sentido, hay muchos sectores intelectuales que proponen a las nuevas tecnologías y formas de consumo como desafío profesional para el terreno de la comunicación. Plantean que no basta con “adaptarse al cambio”, como si de una moda se tratase, sino que entienden que la cuestión pasa por comprender y controlar las nuevas características de los medios y de la comunicación pública, de ser protagonistas, no espectadores, de la revolución tecnológica, para poder convertir en realidades las promesas de la era digital. Formulan que el público sedentario de los medios tradicionales se ha reconvertido en usuario activo, que no se limita al consumo de medios interactivos, sino que también participa en la producción de contenidos.

El poder, en la era digital, ya no es el control del espacio sino del conocimiento. Entonces, explican algunos, si se trata de hablar de los medios, hay que recordar el carácter instrumental de la tecnología y en consecuencia la urgente necesidad de democratizar el acceso a Internet y de educar a los usuarios. Una de las maneras propuestas por estos grupos para “aprovechar” la tecnología es utilizar a los weblogs como medios para incitar la lectura, llamar la atención de las personas para que diseñen su propio blog, hacer que comprendan que puede ser otro medio por el cual aprender cosas nuevas o culturizarse, etc.

Sin embargo, hay otras formas más “clásicas” y prácticas de fomentar la lectura y la educación. Hay sectores que exponen que difícilmente los más chicos se sientan atraídos por la lectura si no disponen en su casa del ejemplo de su propia familia. Es fundamental, entonces, que los padres se esfuercen por encontrar, en algún momento del día, un hueco de sosiego y reflexión para dedicar a la lectura.

También es importante hablar sobre libros. Oír cómo se comenta el interés -o incluso el aburrimiento, por qué no- que suscita la historia que estamos leyendo prolonga la actividad lectora. Se crea una transmisión de saberes y de comunicación muy importante para cimentar el gusto lector.

Finalmente, es interesante lograr convertir a la tele en una aliada y no en un enemigo. Si la pequeña pantalla es lo que realmente “engancha” al chico, hay que fijarse en sus programas y películas preferidos y tratar de buscar libros relacionados con su pasión. Hay ya garantizado, al menos, un mínimo de interés.

Según los pedagogos, es en la primera década de la vida cuando más fácilmente pueden adquirir las personas el hábito de la lectura. En esta primera etapa, se tiene la mejor ocasión para asimilar el placer de leer como una necesidad y un motivo de disfrute. Es esencial, entonces, que todos los chicos, antes de acceder a Internet, accedan a los libros.