11 de abril de 2008

EN LA PIEL DEL OTRO

En mayo de 2002, Alemania se convirtió en el primer país de la Unión Europea en incluir la protección de los animales en su Constitución. Casualmente, también en Alemania, más precisamente en Frankfurt, ha estado funcionando una panadería “sólo para perros”, donde se venden tortas y galletitas artesanales con sabor a carne. "The Dog's Goodies" es el emprendimiento que agasaja a los canes con sus bizcochos de menta, barras de cereales, tortas de atún y galletas de ajo. Quizá, este es un mal ejemplo del mejor tratamiento que se merecen los “animales no humanos”. Es un extremo si tomamos conciencia del sufrimiento y las torturas que padecen diariamente los animales en mataderos, granjas, camiones de traslado, laboratorios, circos, etc.

Según el diccionario de la Real Academia Española, el animal es un ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso. Desde que los hombres aparecieron en la Tierra, han vivido en estrecha asociación con otros animales. Durante la mayor parte de este tiempo, los humanos fueron cazadores y recolectores que dependían de los animales salvajes para comer y cubrirse.

A pesar del gran desarrollo de la tecnología y la agricultura, el hombre moderno aún depende para alimentarse y vestirse de determinados animales. Pero la explotación comercial descontrolada ha reducido enormemente los recursos y ha conducido a algunas especies al borde de la extinción. La forma en que los seres humanos domesticaron algunos animales para su “supervivencia” o como mascotas es un tema controvertido. Por eso es necesario hablar de los derechos de los animales no sólo como un conjunto de principios que defienden que los animales deben ser respetados y debe evitarse su explotación.

Si bien la existencia de diferencias entre los humanos y otros animales dan lugar a diferencias en los derechos que tiene que cada uno, esto no impide extender el principio de básico de igualdad a los animales no humanos. Según el filósofo australiano Peter Singer, este principio no exige un tratamiento idéntico sino una misma consideración. ¿Pero por qué?

Para empezar, porque los animales también sienten dolor. Casi todos los signos externos que nos motivan a deducir la presencia de dolor en los humanos pueden observarse en las otras especies, especialmente en aquellas más cercanas a nosotros, como los mamíferos y las aves. Estos animales están dotados de sistemas nerviosos muy parecidos al nuestro, que responden fisiológicamente como el nuestro ante situaciones en las que nosotros sentiríamos dolor.

En segundo lugar, porque no hay una justificación moral para el hecho de estar rodeados de una industria que trae al mundo conejos, ratas, aves, ganado, con el único propósito de matarlos. El principal absurdo, en este caso, es la imposibilidad de los “asesinos” de pensarse a sí mismos en el lugar de sus víctimas.

Varios países han aprobado leyes sobre preocupaciones actuales como la caza de ballenas, el tráfico de especies protegidas, el empobrecimiento de los fondos marinos, el comercio del marfil, la utilización de animales en el arte contemporáneo y la captura de delfines en las redes de pesca del atún. Esto ha suscitado discusiones en el ámbito internacional sobre la ética y la legalidad implicada en estos temas.

La legislación actual permite el uso de animales de laboratorio en la industria científica y en la educación, así como el tratamiento, el mantenimiento y la crianza de animales para la experimentación. En este sentido, es importante que se creen en cada país leyes constitucionales para la protección de los animales, teniendo en cuenta su dignidad, de forma que puedan llevar una vida correspondiente a su especie. Entonces por fin será una cuestión constitucional si continúa siendo permitido o no encerrar a millones de gallinas en jaulas, en las que se picotean haciéndose sangrar mutuamente, de modo que haya que cortarles los picos y los dedos de sus patas para que puedan sobrevivir.

Mientras nuestra sociedad continúe fijada al consumo de carne, este derecho básico de los animales a vivir sólo se podrá realizar parcialmente y, por lo tanto, sólo se dará bajo las restricciones de otras regulaciones legales. Una ley constitucional así, para empezar, con seguridad prohibiría la superproducción de animales para su matanza, que al fin y al cabo hasta ahora sólo ha llevado a acciones de exterminación. Para la puesta en práctica progresiva de una protección de la vida en favor de los animales tendría que tener lugar una reprogramación de nuestras costumbres a la hora de comer.

No habría que hacerlo de la noche a la mañana y por constatar la caída económica de un ramo que conlleva tantos puestos de trabajo, sino por medio de un trasvase paulatino hacia un trato pacífico y equitativo a las otras criaturas, un poco intentando ponerse en la piel del otro.

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